jueves, 24 de febrero de 2011

Abril




Cuando conocí a Mariadelá, ella recién había nacido. Fui a verla con mi madre una tarde de abril ya entrado el otoño. Siempre fue el otoño una de mis estaciones preferidas, debido tal vez al misterio que explota cuando las hojas proponen su mudanza.

Habíamos dejado a mi padre en la casa porque aún estaba terminando unas labores en su chacra. Recuerdo que las cabras se habían escapado. Quizás por temor a la tormenta que se veía amenazante en el cielo y que se olía en la tierra.
Los animales a veces también se desorientan y los perros no podían olfatearlas, el viento iba y venía en todas direcciones dibujando fantasmas y remolinos.

Almorzamos los tres en silencio.
Cuando mi padre sirvió agua en mi vaso, levanté la mirada y lo ví. Tuve la sensación de que no estaba ahí. Me pareció notar que el pañuelo que siempre usaba en el cuello galopaba su garganta.

Mi madre insistió en vestirme temprano "para ir ahorrando tiempo"... ella solía tener esta frase a mano; el tiempo siempre había sido un manojo conflictivo de ideas en su cabeza, sin dudas, la perturbaba.

Como a las tres de la tarde salimos hacia la casa de los Aguerregaray. No era lejos, apena media legua; la casa del peón generalmente está cerca de la casa principal.

Los pasos sólo se interrumpieron cuando ella dijo "parece que va a llover" y miró al cielo. Me impactó el vacío que desprendían sus ojos...en aquel momento no pude descifrarlo, era muy chico...Yo iba jugando con unas piedritas del camino, ya se sabe, las pateaba, las arrojaba fuera de nosotros, medía la intensidad del puntapié...y quedaba atrapado mirando la curva que hacían al caer. Los árboles del costado eran gruesos y oscuros.

Nos recibió don Ignacio, le dio la mano a mi madre y a mí me tocó el pelo, revolviéndomelo un poco. Nunca me gustó que me tocaran la cabeza. Pasamos al living y tomamos asiento esperando que vinieran doña Eugenia. Mi madre aún tenía sobre sus piernas una fuente de vidrio con tortas fritas que había hecho para la ocasión. "Nunca se llega a una casa con las manos vacías"

Don Ignacio preguntó por mi padre y mi madre le dijo que más tarde vendría él también, pero no le contó que las cabras se habían escapado. Al patrón no le hubiera gustado saber nada acerca de ese error cometido por mi padre. Don Ignacio era un hombre alto y corpulento, muy blanco y su pelo canoso le daba un aspecto de prócer. Serio y formal. Era como una foto.

Yo miraba esa habitación sin decir nada; las palabras me inundaban la cabeza haciéndome sentir un poco confundido. Tenía una mezcla de miedo y de curiosidad que aumentaba cuando ponía los ojos en esas cortinas tan gruesas y oscuras, en esos muebles tan grandes y con formas tan raras.

Y también sentía miedo en la panza cuando don Ignacio se sentó frente a nosotros sonriendo vagamente bajo el bigote. El se dio vuelta al escuchar que su esposa venía con la niña en brazos y entonces se levantó para recibirla.

Mi madre miró a doña Eugenia y le sonrió tímidamente mientras yo intentaba sentarme derechito en ese sillón tan grande.

La visita no duró mucho tiempo, mi madre dejó la fuente con las tortas sobre la mesita, se agachó ligeramente para mirar a la niña que estaba en brazos de la señora y abrió grandes los ojos. Cuando trastabilló, supe que algo la había asombrado. Nunca la había visto tan pálida ni adivinado tan fría. Hubiera jurado que la sangre se le escurrió por los pies.

El viaje de regreso también fue en silencio, sólo que a mi madre se le habían puesto los ojos muy rojos y el ceño muy fruncido. Caminaba rápido hacia la casa, con las manos rígidas y respiraba agitadamente. En algún momento me tomó del brazo para que me apurara y me hizo doler de tanto que me apretó. Los relámpagos rompían el cielo como un rompecabezas.

La tranquera estaba abierta y en el palenque no estaba el Lucero. Pensé que mi padre lo había montado para ir a buscar a las cabras. Pero ellas estaban en su corral. Entré corriendo a la casa y lo llamé varias veces. Lo único que escuché fue un llanto fuerte, sobrecogedor, casi a gritos. Era mi madre.

Y enseguida, una lluvia abundante empezó a bañar la chacra.


maria


-.-.-




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