viernes, 30 de marzo de 2007

Cautiverio


-Ya no puedo más...- me dijo, y sólo atiné a abrazarlo.
Su cuerpo, húmedo y frío al contacto y al ojo, se estremeció como un pez recién ahogado sobre la playa dura y ajena.


Nos habíamos conocido en un viaje a Barcelona, él iba de vacaciones con su padre y yo formaba parte de la tripulación de ese avión. A raíz de un inconveniente que tuvo su padre con una compañera de a bordo, sus ojos y los míos hicieron contacto. Profundamente.

Nunca más supe nada de él hasta hace una semana. Estábamos compartiendo sin saberlo, un restaurante en Buenos Aires, ajenos los dos a ninguna posibilidad de encuentro. Y otra vez, por una causa azarosa, volvimos a cruzar aquella mirada casi igual a la de veinte años atrás...

Las palabras se nos agolpaban entre los labios y los dientes; los gestos se nos salían del cuerpo; las miradas se anudaban en el aire y el asombro se volvió transparente.
El viaje... tu padre... dónde fuiste?...
nunca me expliqué qué me pasó aquel día...
cuándo volviste?... sí, me casé... yo estoy con mi pareja, pero no tenemos hijos...tus ojos...si te digo que nunca me olvidé de vos, me lo creerías?... cuando alguien dice "avión", lo escucho con las tripas...los hijos están con la madre...

Esa noche comimos aceitunas y queso con un poco de vino. Nos temblaban las manos y las copas. Y fue ahí, cuando bajó un poco la voz y se acercó a mí... lo ví venir, lo sentí llegar como un lobo herido. Como un animal que sangra por los cuatro costados...

-Ya no puedo más...- me dijo, y sólo atiné a abrazarlo.
Su cuerpo, húmedo y frío al contacto y al ojo, se estremeció como un pez recién ahogado sobre la playa dura y ajena.

maria

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1 comentario:

Ale dijo...

La circularidad del texto que, de todos modos, no cierra la historia...hermoso.